Nos hemos visto obligados a cambiar, a trabajar, estudiar y entretenernos desde la casa en confinamiento.  Así algunos quieran emocionarse porque hicimos transformación digital, estamos todavía muy lejos.  ¡Pero no pierda el impulso!

Algunas tecnologías se pueden implementar porque queremos, otras nos obligan a implementarlas. De cualquier manera, indistinto a cómo se llame lo que impulse al uso de las tecnologías, no se puede dejar perder el impulso que las mismas van generando en las empresas.

No tan grave como lo que estamos viviendo ahora con el Covid-19, fueron los cambios ocasionados por decisiones de programadores de usar dos dígitos para marcar el año en las fechas, algo que para el año 2000 generaba graves problemas en los sistemas de cómputo y muchos otros. El pronóstico era que, si no se hacían los cambios en los sistemas de cómputo, el mundo se paraba.

Ese pronóstico generó muchos cambios en tecnología para el procesamiento de la información transaccional en las empresas. Fue el momento de avanzar hacia la “integración de los sistemas” que hasta ese momento eran silos independientes.

La información del cliente, por un lado, sus pedidos por otro, el inventario en otro sistema, y la contabilidad como esa gran “olla” donde se volvía a hacer todo bajo el ojo vigilante de los contadores para poder tener certeza de que la información cumplía, por lo menos, con los requerimientos para las entidades de control.



La necesidad de tener la información integrada no se discutía, pero no había la “urgencia” de integrarlo. Había muchos procesos manuales o semiautomáticos de integración, y claro, la información era muy difícil que “cuadrara” entre un sistema y el otro, no tanto porque no fuera confiable, sino porque los tiempos de procesamiento en cada sistema, y los cortes eran en fechas distintas.

¿Que faltó en aquel entonces para hacer el cambio más fluido? Tener en cuenta a la gente, tener en cuenta que no era solo reemplazar un sistema por otro, y migrar la información, sino que también era indispensable ajustar los procesos, reentrenar a las personas, volver a definir las funciones y la forma de trabajar.

El ajuste en los procesos, habida cuenta que son ejecutados por personas (¡algo que comúnmente se obvia, y no se atiende!) requiere entonces también ajuste en los perfiles de los cargos, de las atribuciones para tomar decisiones, y, sobre todo, resolver lo que “deja de tener que antes tenía” cada una de las personas, y como se suple lo que hacía con eso que deja de tener.

En ese momento se llamó “reingeniería del negocio” sin embargo, nada más alejado de la realidad. La mayoría de las empresas querían que las aplicaciones hicieran de manera automática lo que ya hacían manualmente, desperdiciando la oportunidad de mejorar los procesos, adoptar mejores prácticas y aumentar la productividad de sus empresas.

Hoy el Covid-19 nos mandó a todos a la casa, a trabajar desde casa, a cerrar muchos negocios, a buscar maneras de teletrabajar, a tomarnos más en serio las bondades que brinda la tecnología, a tomar de donde se pueda para poder continuar trabajando.

¡Se necesitó una pandemia!  Para la muestra un botón. La ley de teletrabajo existe en Colombia desde el 2008, sin embargo, buena parte de las empresas ni le pusieron cuidado, ni buscaron maneras de adaptarse a sus bondades, o ni si quiera le vieron bondades. Solo había razones para no aplicarla. ¡Ahora fue obligado!



Ahora por obligación las personas estudian, trabajan, se entretienen, todo desde sus casas y con uso profuso de la tecnología digital. Pero esto no lo convierte en transformación digital.

Par que haya transformación digital, se deben convertir los productos, incorporarles tecnología donde se permita. Hay que ajustar, obligatoriamente, los procesos de la empresa para que digitalmente se puedan ejecutar de manera eficiente y hasta automática. Tratar de hacer de manera digital lo que hacíamos de manera física, simplemente ignora la bondad de la tecnología digital y desaprovecha la oportunidad de aumentar la productividad.

No perdamos de vista la experiencia del cliente. El que estaba acostumbrado a trabajar cara a cara ahora hay que atenderlo por medios digitales. No es lo mismo la videoconferencia, pero suple un poco. Hay que entender el cliente, hacer su mapa de empatía, verificar qué tan bien puede hacerlo a través de medios virtuales y que tanto debemos asistirlo para que el cambio de medio no afecte su negociación.



Por último, está la verdadera transformación digital, convertirnos en empresas digitales, donde los modelos de negocio cambian de valor único a valores por suscripción, a cobros por uso. Donde el seguro del carro se paga por el tiempo que está en la calle. Empresas digitales que participan de un ecosistema y done lo importante es la transacción, no necesariamente el producto. Donde conjugan productores y consumidores sobre una plataforma para tranzar.

Trabajar desde la casa y hacer videoconferencias no es la transformación digital, pero ha generado por lo menos conciencia sobre la aplicación de la tecnología. No desperdicie esta oportunidad para ajustar sus procesos, hacerlos más productivos, mejorar sus productos y hacer la experiencia de sus clientes más enriquecedora aplicando tecnologías digitales.



No pierda el impulso, pero organice las ideas, priorice sus proyectos y llévelos a feliz término. Eventualmente tendremos empresas digitales.  Con gusto podemos acompañarlos en el proceso del establecimiento de su estrategia de transformación digital, o en los diferentes elementos de esta. Consúltenos.

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