Hay muchos ejemplos de excelentes ideas que nunca se concretan.  Los tiempos modernos requieren pasar rápido de la idea a la acción, recortando el trecho del viejo refrán.

Efectivamente, así no es el refrán popular, pero las condiciones actuales nos invitan a modificarlo como lo ponemos en el título del artículo.

La vida moderna, con base en el logro de resultados,  nos ha puesto a andar cada vez más rápido, a buscar la mayor “productividad del tiempo”, sin embargo seguimos aplicando herramientas de antaño que toman mas tiempo de lo que tenemos.

Es claro: en el mismo tiempo se puede escribir un libro bueno y un libro malo, y lo mismo aplica para cualquier otro ejemplo.  El tiempo no es lo fundamental en la construcción, lo fundamental es la calidad.  Y aquí sucede otro dilema, ¿la calidad para el creador, o la calidad para quien lo espera recibir? Hay que buscar los criterios para establecer estas dos calidades y decidirse por la que se quiera obtener.



Esto nos trae a la importancia de la definición del objetivo que se quiere lograr, para poder medir el resultado.  Crear un portal en internet para vender productos, y medirlo por el número de páginas vistas, es un despropósito.  Debería medirse por el número de productos vendidos vs. el numero de productos esperados vender.   Tenemos con los portales en internet, y en general las tecnologías digitales, la posibilidad de medir todo.  Podemos darnos cuenta de que están buscando, por qué o por donde llegaron a nuestra página, que compraron, que no compraron, que dejaron en el carrito de compras, y mucho más.

Esta facilidad también se extiende a los productos que se entregan por vía digital.  Un libro, una canción, un curso, entre otros.  La eliminación de muchos pasos en el proceso de distribución, permiten rápidamente medir si estamos o no cumpliendo con el objetivo.

Ahora bien,  una vez definido el objetivo, es indispensable reducir al máximo el tiempo que tenemos entre la idea y la materialización de la idea.  De lo contrario no deja de ser un ejercicio enteramente académico.  En muchas ocasiones, la idea la queremos materializar en un “tamaño” (por no tener una mejor descripción) mucho mayor que el tiempo nos permite.  De ahí la invitación a generar un “mínimo producto viable” (lo mínimo necesario para avanzar en el logro del objetivo).



Entre el romanticismo, la practicidad, el temor, la incertidumbre, y muchos otros sentires nos debatimos en delimitar ese mínimo producto viable.    Queremos un portal con todas las campanitas (que muestre los productos, genere los pedidos, reciba el pago, se conecte con el despachador, envié la guía automáticamente, entregue el producto, genere la factura, reciba el pago, certifique la entrega con copia de la entrega, envíe una encuesta de satisfacción al cliente, etc. etc.

Mientras construimos todo esto, no sabemos a ciencia cierta si todo eso es necesario PARA ARRANCAR. Efectivamente es lo ideal, pero si vamos a vender 3 productos al día, podemos suplir muchas de estas “automatizaciones” de manera manual, mientras se va logrando “tracción”, es decir, un numero suficiente de ventas que haga realmente improductivo hacer las tareas manualmente, y amerite la inversión de, no solo tiempo sino también dinero, en construir la funcionalidad restante.

Esta forma de “construir por partes” nos lleva al concepto de empresas y procesos componibles.  Un conjunto de “fichas de Lego”, cada una con una función y/o capacidad específica, que permite unir as fichas que se requieran para armar ese mínimo producto viable, y que permita luego seguir agregando fichas para complementar el producto o servicio.



Es la manera de acortar el trecho.  Los tiempos modernos no nos permiten en el mundo de los negocios, quedarnos en las ideas. Hay que llevarlas a la práctica, bajo la premisa que el crecimiento y el desempeño en el tiempo marcaran el camino para los siguientes componentes.

 

 

 

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